Cuéntame, viejo olivo,
mientras descanso aquí en esta roca, nuevas de otros tiempos, que escritas veo en tu reseco tronco. Yo vengo a recostarme en tus raíces nudosas, triste de añoranza, para que me devuelvas, de los bienes perdidos, sólo el de la esperanza. Tus delicadas hojas, que bajo el cielo azul el viento orea, son de la paz imagen; de todos los deleites de la ciudad envidia. Tu rama verde y blanca cual cabellera de ángel te recubre; y a tu partida rama le ha arrebatado el viento la astilla que le falta. Cuando, joven, crecías, flexible, en el ribazo, sobre el llano, podaba tus zarzales la hoz de un labrador fiel de Mahoma. El árabe y los suyos, respirando tus flores para mayo salían, y tu oliva esparcida sus hijos en otoño recogían. ¡Qué dolor! ¡Escuchando cuerno aragonés el toque de la guerra, cortó tus brotes, dando posesión a sus huestes de la ganada tierra! Y al llegar la conquista, con lágrimas muy hondas señalando sus pasos, y sin volver la vista, partió llevando al hijo más pequeño en sus brazos. Los caballos pisaron en sarraceno surco la mies tierna, y los hierros hundieron de la alquería en la ceniza ardiente. * Reposaba, a la sombra, liberado el barón de los duros arneses, en tanto los lebreles yacían bajo el sol, echados y sedientos. Y del puño volando, el manso gavilán sobre ti se posaba, clavándote las uñas, y doblaba las puntas de las ramitas tiernas. * Cuando era una alta ermita este claro de ruinas esparcidas, el cenobita místico aquí se arrodillaba a la luz de la luna. Del monasterio al toque las manos sobre el pecho, sus plegarias decía, y el cielo en su delirio veía por la sombra calada de sus ramas. * Ahora, aquí el tiempo engaña al pastor que embobado se detiene, y con flauta de caña conduce el rebaño que pace en la hondonada. Ya a la esquilada oveja y al manchado cordero en torno suyo junta; la cabra deleitosa para morder tus brotes se encarama. * Amigo del que llora, eres dosel sagrado de eternidad serena; yo te siento contento por haberme ayudado a consolar mi pena. Tú a mi corazón le has dado fuerza; pareces devolverme la juventud perdida, como de tu corteza sale la savia que tus ramas muda. Yo moriré, y aún sacudirá el mistral tu negra oliva; nada será de lo que ahora es; tú, en el azul peñasco estarás vivo. |